sábado, 14 de junio de 2014

Contenidos del Desarrollo Psicomotor

En las sesiones de práctica psicomotriz educativa, así como en cualquier otra metodología del área de la psicomotricidad, los contenidos con los que se trabajan deben siempre coincidir con los elementos del desarrollo psicomotor, puesto que existe una relación directa entre éste y la edad de la persona. Así se establece una relación entre la edad, los movimientos o destrezas que se van adquiriendo progresivamente y los procesos psicológicos asociados a esta evolución. Los contenidos más claramente evaluables del desarrollo psicomotor son los siguientes:

La función tónica.
Para Stambak (1979), la actividad tónica es una actividad muscular sostenida que prepara para la actividad motriz fásica. En este sentido, Berruezo (2000, p. 6-7) manifiesta la importancia de la función tónica en los términos siguientes:
La función tónica es la mediadora del desarrollo motor, puesto que organiza el todo corporal, el equilibrio, la posición y la postura que son las bases de la actuación y el movimiento dirigido e intencional […] al actuar sobre todos los músculos del cuerpo, regula constantemente sus diferentes actitudes y de este modo se constituye en base de la emoción. El tono es, consecuentemente, la base con la que se forman las actitudes, las posturas y la mímica. Al ser fuente de emociones y materia prima de reacciones posturales, el tono prepara la representación mental.
La importancia de la función tónica en Psicomotricidad se debe a varios factores: en primer lugar, es uno de los elementos que constituyen el esquema corporal y por tanto, una fuente inagotable de estimulaciones propioceptivas que permiten una mayor conciencia del propio cuerpo, favoreciendo así elementos como el ajust, el control, la dialéctica entre excitación e inhibición y entre tensión y distensión (Berruezo, 2000). En segundo lugar, constituye una unidad tónico-postural cuyo control facilita la posibilidad de canalizar la energía tónica necesaria para realizar los gestos o para prolongar una acción o una posición del cuerpo (Coste, 1980). En tercer lugar, actúa sobre las actitudes y emociones. Manifestando un papel preponderante en la génesis y en la expresión de las emociones, así como en la toma de conciencia de sí mismo y en la construcción del conocimiento del mundo y de los demás, por la reciprocidad de las actitudes, de la sensibilidad, y de la acomodación perceptiva y mental (Rigo, 1990). Por último, el tono muscular tiene una estrecha relación con los procesos de atención y percepción, manifestándose, así, una interrelación entre la actividad tónica muscular y la actividad tónica cerebral (Fonseca, 1998).
Por su parte, Boscaini (1993, p. 31) define y expresa la importancia de la función tónica de la siguiente forma:
Esquemáticamente se podría decir que el tono que va a organizarse a nivel postural [axial] está en gran parte ligado a la vida primitiva, a los deseos primarios, a la vida emocional, a la protocomunicación, al equilibrio, a la confianza y a la estabilidad de sí mismo tanto en el plano motor como en el psicológico; la organización tónica a nivel periférico es sobretodo la expresión de la vida cognitiva, asume un valor objetivo, es el indicador de la capacidad de control de sí mismo, de resolver los problemas de la vida y de la adaptación a la realidad. De esta manera, el tono representa al mismo tiempo una dimensión involuntaria pero también voluntaria del individuo, indica la realidad interna y externa del sujeto, expresa siempre el pasado, el presente y la anticipación del futuro. Es, en definitiva, el substrato, además de la función motriz, de los procesos emocionales y relacionales. Sin embargo, es preciso aclarar que la función tónica sola no basta para permitir al individuo ser un sujeto de comunicación; es preciso considerar tres elementos como indispensables para ello: la postura, el tono y el movimiento.

La postura y el equilibrio.
La postura y el equilibrio son la base de las actividades motrices o sensoriomotrices, de la cual partirán los aprendizajes. Para Vayer (1982), el equilibrio es un aspecto de la educación del esquema corporal, ya que condiciona las actitudes del sujeto frente al mundo exterior. Es, además, la base de toda coordinación dinámica ya sea del cuerpo en su conjunto o de segmentos aislados del mismo. Para Fonseca (1998), el equilibrio es un elemento fundamental para todas las acciones coordinadas e intencionales, constituyéndose en apoyo imprescindible de los procesos de aprendizaje en el desarrollo psiconeurológico del niño.

El control respiratorio.
La respiración se encuentra presente en todas las actividades o tareas realizadas. Forma parte indisociable del ser humano, pudiendo hacerla más o menos consciente en la realización y desarrollo de tareas. Picq y Vayer (1977) consideran la existencia de relaciones entre la respiración del niño y sus comportamientos generales, manifestando una educación de esta relación como elemento del esquema corporal.

El esquema corporal.
Sobre el esquema corporal se han llevado a cabo muy diversas definiciones y explicaciones sobre su constitución. Desde Shilder (1935), que lo entendía como la organización de todas las sensaciones referentes al propio cuerpo (principalmente táctiles, visuales y propioceptivas) en relación con los datos del mundo exterior, pasando por la definición de Le Boulch (1992) que entiende el esquema corporal como una intuición global o conocimiento inmediato que nosotros tenemos de nuestro propio cuerpo, tanto en estado de reposo como en movimiento, en relación con sus diferentes partes y, sobre todo, en relación con el espacio y con los objetos que nos rodean.
Para Defontaine (1978) el esquema corporal hace referencia a la experiencia que se tiene de las partes, de los límites y de la movilidad de nuestro cuerpo; experiencia progresivamente adquirida a partir de múltiples impresiones sensoriales, propioceptivas (sensaciones que provienen de los músculos y las articulaciones) y exteroceptivas (cutáneas, visuales, auditivas). En este sentido, Ajuriaguerra (1979) propone tres niveles de integración del esquema corporal:
1º.- Cuerpo vivido: se fundamenta en una noción sensorio-motora del cuerpo, que actúa en un espacio práctico en el que se desenvuelve gracias a la organización progresiva de la acción del niño sobre el mundo exterior.
2º.- Cuerpo percibido: se fundamenta en una noción preoperatoria del cuerpo, condicionada a la percepción, que se encuadra en el espacio centrado aún sobre el cuerpo.
3º.- Cuerpo representado:  se fundamenta en una noción operatoria del cuerpo, que se encuadra, bien en el espacio objetivo representado, bien en el espacio euclidiano y que se halla directamente relacionada con la operatividad en general y en particular con la operatividad en el terreno espacial.
El descubrimiento progresivo del propio cuerpo va a tener lugar conforme a la apropiación de la acción. Es a través del movimiento que el niño se va a hacer consciente de sí mismo y, por tanto, consciente de su cuerpo. Este desarrollo dependerá de la maduración de sistema nervioso, de la propia acción corporal desarrollada por el niño, del medio ambiente en el cual se relaciona y de la relación afectiva que establezca con las personas de su ambiente.

La coordinación motriz.
Según Berruezo (2000, p. 14), “la coordinación motriz es la posibilidad que tenemos de ejecutar acciones que implican una gama diversa de movimientos en los que interviene la actividad de determinados segmentos, órganos o grupos musculares y la inhibición de otras partes del cuerpo”. Se distinguen así dos apartados en la coordinación motriz; uno referido a la coordinación global o habitualmente denominada coordinación dinámica general, en la cual se pone en juego la acción ajustada y recíproca de diversas partes del cuerpo y que en la mayoría de los casos implican locomoción (Le Boulch, 1986). El segundo apartado va referido a la coordinación segmentaria, denominada habitualmente coordinación viso-motriz o coordinación óculo-manual, y consiste en la realización de movimientos ajustados por mecanismos perceptivos, normalmente de carácter visual y la integración de los datos percibidos en la ejecución de los movimientos.

La lateralidad.
Morales del Moral y Guzmán Ordóñez (2000, p. 404), definen la lateralidad como la “toma de decisión a escoger un lado y rechazar el otro en la ejecución de multitud de acciones”, interviniendo en ella la constitución fisiológica de la persona (herencia) y la presión cultural (ambiente). Por su parte, Berruezo (2000, p. 21), la define como “la preferencia por razón del uso más frecuente y efectivo de una mitad lateral del cuerpo frente a la otra”. Estas definiciones nos llevan directamente al concepto de eje corporal, entendiéndose por éste la división del cuerpo de arriba abajo en dos mitades simétricas, y que posibilita dividir el cuerpo en derecha e izquierda.
En el desarrollo de la lateralidad se han distinguido tradicionalmente tres fases: la indiferenciada, hasta los tres años; la alternante, de los tres a los seis; y la definitiva, a partir de los seis o siete años. Es necesario tener en cuenta que la adquisición de la lateralidad es uno de los últimos logros en el desarrollo psicomotriz y requiere de las experiencias sensoriales y motrices tanto como de la evolución del pensamiento para lograrse (Berruezo, 2000). 

La organización espacio-temporal.
Integrado en el desarrollo psicomotor, la organización o estructuración espacio-temporal es fundamental en la construcción del conocimiento. Todas las acciones que se suceden con los objetos, con el propio cuerpo, con los demás, con el entorno, están mediatizadas por los factores espacio y tiempo.
Para Rigal (1987, p. 562), la organización espacial hace referencia “al conjunto de relaciones existentes entre los elementos que componen el medio envolvente y que permite situarlos a unos con relación a los otros”. Así, la noción de espacio se va elaborando y diversificando de modo progresivo a lo largo del desarrollo psicomotor y en un sentido que va de lo próximo a lo lejano y de lo interior a lo exterior. De esta forma, las nociones de espacio, de relaciones espaciales y de orientación espacial se elaboran al compás de la maduración nerviosa y están directamente determinadas por la cantidad y cualidad de las experiencias vividas (Picq y Vayer, 1977).
Por su parte, la organización temporal se realiza a través de movimientos o acciones en los que indirectamente está presente, en forma de velocidad, duración, intervalo, simultaneidad o sucesión. Según Berruezo (2000), hasta los seis años el niño no sabe manejar los conceptos temporales como valores independientes de la percepción espacial y, por tanto, no puede operar con ellos.
La noción de tiempo, individualizado como idea, como concepto, madurado por la integración de la percepción, experiencia y comprensión, requiere un notable desarrollo intelectual por el cual el niño solamente hacia los siete u ocho años, comienza a entender las relaciones espacio-temporales y a introducir en el tiempo físico, al igual que en el tiempo psicológico, una sucesión razonada, mediante una reconstrucción operatoria y ya no intuitiva (Berruezo, 2000). En este sentido, el tiempo físico resulta de la coordinación de los movimientos de las velocidades diferentes de los objetos y el tiempo psicológico de la de los movimientos del sujeto (Rigal, 1987).

La motricidad fina y la grafomotricidad: las praxias.
Al referirnos a la motricidad fina estamos hablando de las praxias, sistemas de movimientos coordinados en función de un resultado o intención y no como fruto del reflejo (Berruezo, 2000).
La evolución y mejora de la motricidad de la mano manifiesta un control más refinado y mejora la capacidad de procesar información visual para relacionarla con acciones precisas y eficaces (Ruiz, 1987). La mano es fundamental para el desarrollo perceptivo, cognitivo y afectivo (caricias). Es la mediadora en la relación con el mundo de los objetos (Berruezo, 2000).
Para Defontaine (1978) son cuatro los aspectos funcionales de la mano: como instrumento, como medio de expresión, como medio de relación y como medio de especialización lateral. En este sentido, Berruezo (2000, p. 26) expone la importancia de la funcionalidad de la mano con la adquisición de diferentes lenguajes, así, “el lenguaje escrito constituye la estructura básica sobre la que se van a edificar los procesos de abstracción y generalización, que caracterizan el pensamiento y los lenguajes superiores”, y la evolución de los trazos realizados reflejarán el grado de desarrollo psicomotriz, afectivo y social del niño/a que lo realiza (Berruezo, 2000).

Breve Reflexión: Convicciones y Circunstancias

La vivencia que se tiene en el encuentro con uno mismo, es una parada en el caminar, una disminución de la velocidad a la que nos lleva el d...