Hace
relativamente poco tiempo me encontraba re-leyendo un capítulo del libro de
Pilar Jericó titulado “No Miedo”, y llegó a mi vista el vocablo arribismo, el cual, debo reconocer,
desconocía en primera impresión su significado con exactitud, aunque el
contexto del párrafo me arrojaba cierta luz a su sentido. Busqué en el
diccionario de la RAE su significado y decía tal que así: “comportamiento habitual del arribista”, y de este último, el
arribista, decía: “persona que progresa
en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos”. Automáticamente vino a mi
pensamiento la imagen de algún conocido, compañero, al que bien podría aplicar
con total acierto tal definición, y me quedé reflexionando sobre qué mueve a una persona a progresar de un
modo arribista, tanto en el ámbito
profesional, como en el ámbito
personal, aunque este último se relaciona más con la adquisición de un nivel
de vida que, por lo general, se confunde bastante con: “el qué dirán los demás”,
y está íntimamente vinculado a lo material, confundiendo de costumbre el
progreso de la persona en su vida, con la tenencia de cosas y la economía de la
que disponga. A partir de esta afirmación, podemos comenzar escudriñando la misma
diciendo que la diferencia, en primera instancia, entre progresar en la vida de
un modo arribista o no arribista, depende de la moral que cada persona tiene.
Profundicemos pues. La respuesta que me di a mí mismo de forma casi automática cuando leí las definiciones del vocablo que he trascrito más arriba fue: pues si el arribismo hace referencia a la conducta del arribista, quiere decir que el comportamiento y, por ende, la manera de pensar, es lo que define a la personalidad arribista. Por tanto, concluí que las acciones, las conductas y los pensamientos, es decir, los hechos y dichos que tiene cada persona a lo largo de su trayectoria profesional y personal, serían los indicadores que definirían si una persona ha progresado en su vida y en su trabajo de manera arribista, es decir, sin escrúpulos, o, por el contrario, ha progresado y ascendido de forma escrupulosa, con conciencia moral, respeto y lealtad. De esta manera nos embarcamos de lleno en lo que nos diferencia a la hora de actuar, pensar, sentir y valorar: LOS VALORES.
El
término “valor” proviene de la
palabra latina “valere”, que
significa “fuerza”, “ser fuerte”. Por tanto, podemos
entender los valores como el conjunto de
fuerzas que tenemos en nuestro interior (convicciones) para decidir, preferir y
dirigir nuestra conducta, nuestras acciones o nuestros pensamientos en una
dirección concreta y no en otra. Hay una gran amalgama de valores que se
agrupan bajo clasificaciones ya consolidadas como son: los valores Universales (libertad,
respeto, honestidad, igualdad, justicia, amor, verdad, paz, amistad, bondad,
responsabilidad, valentía, honor), Preferenciales
(elección de uno sobre otro al que doy menos valor que al primero), Instrumentales (se valora como medio
para lograr un fin), Terminales (valor
a unos estados finales de existencia concretos), Morales (relacionado con las acciones y comportamientos correctos o
incorrectos), Socio-Culturales,
Familiares, Espirituales, Materiales y Organizacionales. Dentro de cada
categoría podemos precisar un sinfín de valores que definen la escala de valores que tendrá cada ser
humano, la cual se conformará en función de la educación recibida, del contexto
socio-cultural en el que se ha desarrollado, de la familia en la que se ha criado, de las amistades que ha tenido, de las experiencias que ha vivido, de los modelos que haya incorporado y de los referentes que hayan marcado su vida. Esta escala de valores no es del todo rígida, pues el peso que
cada persona da a cada valor a lo largo de su vida puede variar en función de
los mismos elementos por los que fueron asimilados e instaurados, teniendo en
cuenta que el paso del tiempo y la madurez hacen menos voluble esta variación,
puesto que la experiencia vivida y la
madurez adquirida afianzan las convicciones
y definen y fortalecen nuestros
valores.
Uno de
mis textos preferidos de Ortega y Gasset,
comienza diciendo en su capítulo primero, si mal no recuerdo: “las ideas se tienen, en las creencias se
está”, una frase magistral que desarrolla el autor reflexionando sobre la
necesidad de reparar en las ideas cuando las creencias se nos tambalean. En mi
opinión, ocurre algo muy semejante con los valores, y me atrevería hacer una
modificación de la sentencia de Ortega diciendo: “no es lo mismo la idea que tenemos sobre nuestros valores, que la
creencia en los valores sobre los que estamos”. Cuando creemos en
determinados valores, éstos se encuentran instaurados en la persona y se
materializan en las actitudes, las
conductas y los pensamientos que tenemos.
Por
tanto, lo que define y diferencia a un arribista frente a un altruista, son sus valores, y volviendo al objeto de
este post, que no era otro que responder a la pregunta sobre lo que mueve a una persona a comportarse de
manera arribista, es decir, a intentar progresar en la vida y en el trabajo por
medios rápidos y sin escrúpulos, sin
conciencia y sin importarle si lo que hace es bueno o es malo para alguien, sin
dudar si se debe hacer algo o no desde un punto
de vista moral, actuando sin ética ni moralidad, sin tener en cuenta los
perjuicios que ocasiona al prójimo, etc., podemos entonces concluir que esta forma de
ser y actuar que se acaba de describir, viene marcada por la predominancia,
según mi opinión, de una serie de valores concretos que definen a un tipo de
personalidad determinada, y que podemos precisar de la siguiente forma: se
trata una persona advenediza,
llegad@ a una posición o lugar con pretensiones desmedidas, por lo tanto, con poca objetividad y realismo, una persona oportunista, que aprovecha
cualquier circunstancia, comentario o situación para conseguir algo o lograr un
ascenso sin medir las consecuencias de su aprovechamiento, una persona con ambición desmedida, trepador sin escrúpulos, de un egoísmo extremo, pues carece de absoluta empatía al no sentir
el más mínimo afecto por el prójimo, lo que le permite engañar, lucubrar, falsear,
contradecir sin llevar razón, dañar o herir a compañer@s para hacerlos más
vulnerables y así sobresalir a toda costa y a todo coste con el fin de adquirir
nuevas y pseudo-mejores posiciones, ya sea a nivel social o a nivel empresarial
u organizacional. Una persona carente de
honestidad, tanto consigo misma como con los demás, carente de humildad, puesto que en su fondo yace una soberbia desmedida en convivencia con
una pedantería desbocada, una
persona sin integridad ni valentía,
puesto que no es capaz de enfrentarse a todo aquello que corrompa su humanidad
con el fin de progresar sin miramiento ni escrúpulo alguno.
En definitiva, una persona que carece de generosidad y caridad, pues
no se encuentra entre sus motivaciones internas la entrega y ayuda a los demás,
careciendo del mínimo sentido filantrópico que tienen las personas altruistas, más
al contrario, a este tipo de personalidad arribista le motiva el sometimiento porque necesitan sentir que tienen el control,
y cuando no es así, se sienten inseguros e inquietos, porque la base de la
personalidad arribista la compone una grandísima inseguridad personal-profesional y un sinfín de complejos personales, y es que en su
fondo, en su más profundo ego, no hay más que una personalidad acomplejada incapaz de reconocer que padece de ese
acomplejamiento e incapaz de afrontarlo con valentía y responsabilidad para
poder así iniciar un proceso de cambio que le ayude a progresar en su vida
personal y profesional con honestidad, flexibilidad, humildad, integridad,
respeto, humanidad, valentía creatividad, realismo, coherencia, paciencia,
sinceridad, inspiración, apertura a los demás, compromiso, sentido del humor,
generosidad, empatía, pasión, ética y moralidad, justicia, equidad, tolerancia,
solidaridad, lealtad y con la VERDAD como
bastión de vida.
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