Después de mucho tiempo sin publicar post alguno, he
querido retomar la escritura con uno acerca de la reflexión, recopilando así
una serie de post que publiqué sobre reflexiones de distintos temas que, en los
últimos años, habían acaparado mi atención y habían supuesto momentos
importantes en mi vida, tanto en mi trayectoria personal como en la profesional.
La idea de publicar las reflexiones me surgió de Schopenhauer, que con su
característico estilo, publicó una serie de ensayos sobre diversas “Artes”,
tales como “El arte de conocerse así mismo”, “El arte de insultar”, etc. No es
el único que ha publicado ensayos sobre “el arte de”, Erich Fromm también publicó
alguno, como “El arte de amar”. Pues siguiendo esa idea publiqué las
reflexiones, pero en vez de utilizar “El arte de…”, utilicé “Reflexión sobre…”,
tales como “Reflexión sobre el arribismo y los valores”, “Reflexión sobre la
soledad” y “Reflexión sobre la actitud”, que serán las transcritas en este
post. A pesar de haber escrito algunas reflexiones relacionadas con el ámbito
educativo, el interés que he tenido en este post es reflejar las relacionadas
más con el ámbito personal.
Pero antes de
pasar a las transcripciones de las tres reflexiones, tendríamos que plantearnos
las siguientes cuestiones: ¿Por qué reflexionamos sobre lo que reflexionamos? ¿Qué
nos hace preocuparnos de un tema u otro y nos lleva a plantearnos una reflexión
sobre el mismo? De entrada, yo me decantaría porque lo que realmente motiva
nuestra reflexión y preocupación por un tema concreto es la propia experiencia
de vida, aquello que nos ocurre, que nos acontece en el día a día y que viene
determinado por nuestras circunstancias. Es cierto que no siempre reflexionamos
sobre los acontecimientos que tenemos en cada circunstancia que vivimos,
aquellos que consideramos triviales en nuestro devenir diario, ya que para
llegar a plantearnos realizar una reflexión sobre algo, tenemos que sentir que
ese algo es importante para nosotros y que requiere de una reflexión para su
entendimiento y comprensión, ya que sólo a través de una exhaustiva reflexión
podemos llegar a incorporar un tema que nos inquiete, un asunto pendiente de
resolver, una preocupación presente, pasada o futura, o cualquier aspecto que
nos movilice y queramos aclarar o entender en algún sentido, en la mayoría de
los casos, tomar decisiones lo más acertadas posibles, sabiendo que por muy
buena que consideremos la decisión tomada, no sabremos jamás qué hubiera
acontecido si en vez de la decisión tomada, nos hubiéramos decantado por la
contraria, por eso, como decía recientemente un gran amigo mío en una de
nuestras conversaciones, una vez se haya reflexionado sobre un asunto que
conlleve una toma de decisión, y tras la reflexión realizada se haya elegido
una decisión concreta, no debemos volver a reflexionar sobre lo mismo porque
genera incertidumbre, y esa incertidumbre te lleva a la duda, la cual es
contraproducente porque no estás creyendo de manera firme en la decisión tomada
ni estás dejándola madurar. Aún así, las reflexiones como las decisiones forman
parte de la vida y nos acompañan desde muy jóvenes, y es que, en palabras de
Ortega y Gasset, la vida que vivimos es igual a nuestras circunstancias más las
decisiones que tomamos, a través de las cuales la vamos conformando.
Algunas reflexiones importantes que tienen que ver con
mis circunstancias de vida y quiero compartir con vosotr@s son las que a
continuación se trascriben:
Hace relativamente poco tiempo me encontraba re-leyendo un capítulo del
libro de Pilar Jericó titulado “No Miedo”, y llegó a mi vista el vocablo arribismo,
el cual, debo reconocer, desconocía en primera impresión su significado con
exactitud, aunque el contexto del párrafo me arrojaba cierta luz a su sentido.
Busqué en el diccionario de la RAE su significado y decía tal que así: “comportamiento
habitual del arribista”, y de este último, el arribista, decía: “persona
que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos”.
Automáticamente vino a mi pensamiento la imagen de algún conocido, compañero,
al que bien podría aplicar con total acierto tal definición, y me quedé
reflexionando sobre qué mueve a una persona a progresar de un modo
arribista, tanto en el ámbito profesional, como en el ámbito
personal, aunque este último se relaciona más con la adquisición de un nivel
de vida que, por lo general, se confunde bastante con: “el qué dirán los
demás”, y está íntimamente vinculado a lo material, confundiendo de costumbre
el progreso de la persona en su vida, con la tenencia de cosas y la economía de
la que disponga. A partir de esta afirmación, podemos comenzar escudriñando la
misma diciendo que la diferencia, en primera instancia, entre progresar en la
vida de un modo arribista o no arribista, depende de la moral que
cada persona tiene.
Profundicemos pues. La respuesta que me di a mí mismo de forma casi automática cuando leí las definiciones del vocablo que he trascrito más arriba fue: pues si el arribismo hace referencia a la conducta del arribista, quiere decir que el comportamiento y, por ende, la manera de pensar, es lo que define a la personalidad arribista. Por tanto, concluí que las acciones, las conductas y los pensamientos, es decir, los hechos y dichos que tiene cada persona a lo largo de su trayectoria profesional y personal, serían los indicadores que definirían si una persona ha progresado en su vida y en su trabajo de manera arribista, es decir, sin escrúpulos, o, por el contrario, ha progresado y ascendido de forma escrupulosa, con conciencia moral, respeto y lealtad. De esta manera nos embarcamos de lleno en lo que nos diferencia a la hora de actuar, pensar, sentir y valorar: LOS VALORES.
El término “valor” proviene de la palabra latina “valere”,
que significa “fuerza”, “ser fuerte”. Por tanto, podemos entender
los valores como el conjunto de fuerzas que tenemos en nuestro interior
(convicciones) para decidir, preferir y dirigir nuestra conducta, nuestras
acciones o nuestros pensamientos en una dirección concreta y no en otra.
Hay una gran amalgama de valores que se agrupan bajo clasificaciones ya
consolidadas como son: los valores Universales (libertad,
respeto, honestidad, igualdad, justicia, amor, verdad, paz, amistad, bondad,
responsabilidad, valentía, honor), Preferenciales (elección de
uno sobre otro al que doy menos valor que al primero), Instrumentales (se
valora como medio para lograr un fin), Terminales (valor a
unos estados finales de existencia concretos), Morales (relacionado
con las acciones y comportamientos correctos o incorrectos), Socio-Culturales,
Familiares, Espirituales, Materiales y Organizacionales. Dentro de cada
categoría podemos precisar un sinfín de valores que definen la escala
de valores que tendrá cada ser humano, la cual se conformará en
función de la educación recibida, del contexto
socio-cultural en el que se ha desarrollado, de la familia en
la que se ha criado, de las amistades que ha tenido, de
las experiencias que ha vivido, de los modelos que
haya incorporado y de los referentes que hayan marcado su
vida. Esta escala de valores no es del todo rígida, pues el peso
que cada persona da a cada valor a lo largo de su vida puede variar en función
de los mismos elementos por los que fueron asimilados e instaurados, teniendo
en cuenta que el paso del tiempo y la madurez hacen menos voluble esta
variación, puesto que la experiencia vivida y la madurez adquirida afianzan
las convicciones y definen y fortalecen nuestros
valores.
Uno de mis textos preferidos de Ortega y Gasset, comienza
diciendo en su capítulo primero, si mal no recuerdo: “las ideas se tienen,
en las creencias se está”, una frase magistral que desarrolla el autor
reflexionando sobre la necesidad de reparar en las ideas cuando las creencias
se nos tambalean. En mi opinión, ocurre algo muy semejante con los valores, y
me atrevería hacer una modificación de la sentencia de Ortega diciendo: “no
es lo mismo la idea que tenemos sobre nuestros valores, que la creencia en los
valores sobre los que estamos”. Cuando creemos en determinados valores,
éstos se encuentran instaurados en la persona y se materializan en las
actitudes, las conductas y los pensamientos que tenemos.
Por tanto, lo que define y diferencia a un arribista frente a un altruista,
son sus valores, y volviendo al objeto de este post, que no era
otro que responder a la pregunta sobre lo que mueve a una persona a
comportarse de manera arribista, es decir, a intentar progresar en la vida y en
el trabajo por medios rápidos y sin escrúpulos, sin conciencia y
sin importarle si lo que hace es bueno o es malo para alguien, sin dudar si se
debe hacer algo o no desde un punto de vista moral, actuando sin
ética ni moralidad, sin tener en cuenta los perjuicios que ocasiona al prójimo,
etc., podemos entonces concluir que esta forma de ser y actuar que se
acaba de describir, viene marcada por la predominancia, según mi opinión, de
una serie de valores concretos que definen a un tipo de personalidad
determinada, y que podemos precisar de la siguiente forma: se trata una persona
advenediza, llegad@ a una posición o lugar con pretensiones desmedidas, por
lo tanto, con poca objetividad y realismo, una persona
oportunista, que aprovecha cualquier circunstancia, comentario o situación
para conseguir algo o lograr un ascenso sin medir las consecuencias de su
aprovechamiento, una persona con ambición desmedida, trepador
sin escrúpulos, de un egoísmo extremo, pues carece de
absoluta empatía al no sentir el más mínimo afecto por el prójimo, lo
que le permite engañar, lucubrar, falsear, contradecir sin llevar razón, dañar
o herir a compañer@s para hacerlos más vulnerables y así sobresalir a toda
costa y a todo coste con el fin de adquirir nuevas y pseudo-mejores posiciones,
ya sea a nivel social o a nivel empresarial u organizacional. Una persona carente
de honestidad, tanto consigo misma como con los demás, carente de
humildad, puesto que en su fondo yace una soberbia desmedida en
convivencia con una pedantería desbocada, una persona sin
integridad ni valentía, puesto que no es capaz de enfrentarse a todo
aquello que corrompa su humanidad con el fin de progresar sin miramiento ni
escrúpulo alguno.
En definitiva, una persona que carece de generosidad y caridad,
pues no se encuentra entre sus motivaciones internas la entrega y ayuda a los
demás, careciendo del mínimo sentido filantrópico que tienen las personas
altruistas, más al contrario, a este tipo de personalidad arribista le
motiva el sometimiento porque necesitan sentir que tienen el control, y
cuando no es así, se sienten inseguros e inquietos, porque la base de la
personalidad arribista la compone una grandísima inseguridad personal-profesional y
un sinfín de complejos personales, y es que en su fondo, en su más
profundo ego, no hay más que una personalidad acomplejada incapaz
de reconocer que padece de ese acomplejamiento e incapaz de afrontarlo con
valentía y responsabilidad para poder así iniciar un proceso de cambio que le
ayude a progresar en su vida personal y profesional con honestidad,
flexibilidad, humildad, integridad, respeto, humanidad, valentía creatividad,
realismo, coherencia, paciencia, sinceridad, inspiración, apertura a los demás,
compromiso, sentido del humor, generosidad, empatía, pasión, ética y moralidad,
justicia, equidad, tolerancia, solidaridad, lealtad y con la VERDAD como
bastión de vida.
Hay en torno a la soledad una amplia gama de opiniones diversas que me
motivan a poner mi granito de arena sobre dicha cuestión. La soledad es un
concepto que admite dos opiniones contrarias y que es común escuchar en las
conversaciones con amig@s; una tiene un carácter beneficioso, y la otra,
perjudicial. La opinión beneficiosa es cuando las personas asocian la soledad a
una búsqueda personal, es decir, hay una voluntad, una motivación y una
necesidad de estar o encontrarse así mism@ en soledad. La opinión perjudicial
es aquella en la cual la soledad es impuesta y no buscada. Esta opinión
generalizada se puede matizar bastante, ya que el hecho de ser o no impuesta
depende mucho de un@ mism@, pues la soledad, en mi opinión, está relacionada
más con un sentimiento personal que con una ausencia física real, y en este
sentido, se podría plantear si la soledad es o no, racional y real. Pero
sigamos pensando y reflexionando un poco más sobre ella.
Es curioso que, tal y como hemos dicho antes, en el decir de las personas, la soledad tenga una connotación positiva-beneficiosa, pues es sabido desde hace miles de años que el ser humano es un ser social, que necesita formar parte de una colectividad en la que colaborar y cooperar en beneficio de la comunidad, y que tiene por necesidad la aceptación de sus congéneres en un grupo social concreto donde sentirse parte del todo. Si todo esto que es sabido es necesario, ¿por qué la soledad es buena y beneficiosa para los seres humanos?esa soledad de la que hablábamos que era buscada y en cierta manera necesaria. Un esclarecimiento de esta cuestión nos lo aporta la RAE, que define la soledad con dos acepciones; la primera como "circunstancia de estar solo o sin compañía", y la segunda, como "sentimiento de tristeza o melancolía que se tiene por la falta, ausencia o muerte de una persona". Estas dos acepciones ponen de manifiesto dos ideas, la primera es que la soledad tiene un componente físico, y la segunda, que tiene un componente psicológico (sentimiento ante la falta). Dicho esto podemos profundizar aún más y comenzar a resolver la duda que se planteaba sobre la connotación o aportación positiva y beneficiosa que tiene la soledad.
Desde el nacimiento, el recién nacido pasa de una fase de indiferenciación
a otra de diferenciación, del no-yo al yo, y durante los años de la infancia
lleva a cabo un proceso de separación gradual que consiste en el binomio
cercanía-lejanía, pero en el que su grado de dependencia es muy elevado aún. En
la adolescencia, este binomio sigue estando y se acentúa de manera exponencial
debido principalmente a dos crisis muy acentuadas; la de la identidad y la de
la autonomía. En esta fase hay una aparente búsqueda de soledad, pero es ficticia,
pues en el fondo no hay etapa en la que haya más necesidad de aceptación grupal
y reconocimiento, en la que se viva con mayor intensidad de emociones fugaces
las relaciones entre iguales. Es una ficticia soledad porque hay una elevada
dependencia emocional al grupo de amistades, sea de forma física o tecnológica.
Ya en la edad adulta, cuando se es capaz de romper en la medida de lo posible
el cordón umbilical, es cuando las vivencias y la maduración nos capacitan para
experimentar y vivir las verdaderas connotaciones de la soledad, sin buscar
excusas de la falta de tiempo por los quehaceres diarios, que de seguro muchas
personas pensarán que le es imposible tener un minuto para ello. Que sea el
lector/a quien valore en función de sus circunstancias particulares tal
apreciación.
Llegados a este punto, podemos pensar que la soledad está teñida de una
larga historia en la que prejuicios en torno a ella no le faltan, y es
justamente aquellas personas prejuiciosas quienes más necesitan saber
estar consigo mismas, quienes carecen de una verdadera seguridad personal,
quienes se sienten vacías al estar solos porque no han convivido ni se han
trabajado interiormente, quienes necesitan la aceptación de los demás porque no
saben valerse por sí mismas, quienes tienen miedo a la soledad y también a la
libertad, porque viven encadenados a la necesidad impuesta e irreal. El
auténtico conocimiento es el que hace uno de sí mismo y consigo mismo,
superando los temores, los miedos a la soledad que no son más que los miedos primarios
a la falta, a la ausencia del "otro". Esta superación de miedos
y temores nos aporta confianza, seguridad y fortaleza.
Salvando las diferencias y atendiendo a la realidad del autor y a su
misantropía, transcribo un párrafo del libro de Arthur Schopenhauer
"Aforismos sobre el arte de saber vivir", en el que, desde mi punto
de vista, sintetiza de manera magistral lo expuesto en este post sobre la
soledad. El texto dice así:
"Cada cual sólo puede ser enteramente él mismo cuando está solo. Por
eso, quien no ama la soledad tampoco ama la libertad, pues únicamente se es
libre cuando se está solo, ya que la obligación es la compañera inseparable de
toda compañía, pues exige sacrificios que nos parecerán mucho más duros cuanto
más significativa sea nuestra propia individualidad. Por consiguiente, cada
cual huirá de la soledad, la sobrellevará o la amará según sea la medida exacta
del valor de su propia individualidad. En efecto, en soledad siente el
miserable su íntima miseria, y su grandeza, el gran espíritu; cada cual se
siente en ella tal y como es"
Cada persona se siente en soledad tal cual es. Practiquemos la soledad y
descubrámonos.
Un gran amigo mío me diría: "es una cuestión de actitud", y sí,
"la actitud es más importante que la aptitud", decía Churchill. Pero
la actitud es muy variante y está muy relacionada con las circunstancias que
nos rodean y con la manera en la que cada persona afronta dichas
circunstancias. Por tanto, cómo podemos controlar aquello que nos afecta e
influye y condiciona nuestra propia actitud, la cual podemos definir como la
manera en la que nos mostramos a los demás, la forma en la que nos relacionamos
con nosotros mismos y la imagen que transmitimos al exterior.
Desde mi punto de vista y mi experiencia, la respuesta se encuentra en el
conocimiento y en el grado de conciencia y vivencia que se haya tenido sobre la
relación existente entre la actitud, el estado de ánimo y las circunstancias
acontecidas en la vida. Si somos conscientes de que la actitud es una cuestión
de elección personal, y que la actitud que decidamos tener en una circunstancia
determinada condiciona y modifica nuestro estado de ánimo, podemos concretar
que el estado anímico que nos generan las circunstancias creadas y advenidas,
está condicionado por la actitud que hayamos elegido tener. Esta afirmación la
sintetiza magistralmente Ortega y Gasset en su aforismo "las
circunstancias condicionan pero no determinan", el cual refleja el papel
activo del ser humano ante sus circunstancias, dándole la libertad de decidir
si la circunstancia que vive le determina o sólo le condiciona. Por ello,
continúa Ortega con otra fórmula que complementa la anterior y que hace
referencia a que "el vivir de cada cual es igual a su circunstancia más
las decisiones que toma en ella", es decir, que la vida de cada ser humano
es igual a la actitud con la que decida afrontar sus circunstancias, de ahí que
Ortega culmine con su sentencia más conocida de "yo soy yo y mis
circunstancias, y si no la salvo a ella, no me salvo yo", en la que
expresa que el "yo" tiene capacidad de elección sobre la
circunstancia y, por tanto, puede elegir qué actitud adoptar.
Los valores, los aprendizajes, las experiencias, las motivaciones, las
ilusiones, las gratificaciones, los deseos, etc., todos estos elementos están
relacionados con la actitud, es decir, con nuestra manera particular de
gestionarlos y decidir cómo queremos estar interiormente y cómo queremos
mostrarnos hacia el exterior. Las actitudes varían en función del estilo de
vida que por diferentes motivos se va adoptando. El hábito y la rutina
estandarizan la actitud por la certidumbre, y es en la incertidumbre, ante lo
desconocido y los imprevistos, donde emergen las actitudes más dispares,
variopintas e ingeniosas.
Quiero cerrar este post con un precioso texto de Pablo Neruda en el que
contrapone dos actitudes antagónicas de manera clara, precisa y concisa, y que
dice así:
"Muere lentamente quien se trasforma en esclavo de los hábitos, quien
no se arriesga, quien evita una pasión, quien no arriesga lo cierto por lo
incierto, quien abandona antes de empezar, quien se queja de su mala suerte,
quien no viaja, ni lee, quien no sueña ni persigue sueños, quien no confía,
quien no lo intenta, quien no ama; lo contrario, es estar vivo".
Don José! Soy Carlos de la Torre antiguo recogedor de fichas en sus estudios allá por el 2013/14, de Jerez compañero de Mota y en ese momento novio de Ines, espero haber conseguido que me recuerde! Quería darle las gracias, por tantos consejos, por todas las experiencias que me contó y las que me regaló, que no fueron pocas. Tantas risas y seriedad, todavía recuerdo como si fuera ayer ese semblante tan serio que hacía temblar a cualquiera, pero lo mejor era cuando cambiaba la expresión a su antojo, convirtiéndose de repente en alguien amable, cercano y risueño.
ResponderEliminarDesgraciadamente, uno valora más estas cosas cuando se alejan en el tiempo y es ahora cuando he vuelto a recordar tantos ratos en los que me pedía, seriamente, que me sentara con usted. Esos ratos fueron sinceramente, lo mejor que me llevé en el aspecto humano del Colegio Unamuno. Deseo que todo le esté yendo bien, seguro que sí. Gracias por tanto Don José.
Un fuerte abrazo
Pd: Me ha fascinado su post con sus respectivas reflexiones, que a su vez me han hecho reflexionar.
Querido Carlos, cómo no me voy a acordar de usted, pues claro que sí, hay alumnos que se recuerdan más o otros menos y depende de las conversaciones e interacciones que se tengan, y nosotros tuvimos unas cuantas. Me alegra saber de ti y espero que te vaya genial. Tu tierra me encanta, suelo ir de vez en cuando, estuve hace poco en el festival internacional de flamenco y lo pasé genial haciendo la ruta de los tabacos. Te voy a dejar mi correo electrónico para que me escribas y a través de él te doy mi contacto por si vienes a Málaga o voy yo a Jerez poder tomarnos algo y contarnos. Un fuerte abrazo Carlos. Mi correo es joseblasdealva@gmail.com
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